Como para la mayoría, irrespectivo del partido al que pertenecen o del candidato que favorecen en la elección presidencial, en ceirto sentido es un alivio el que Donald Trump no haya resultado gravemente herido en el intento de asesinato del sábado. Ante los hechos acontecidos este cuatrienio, comenzando por el atentado contra el Congreso el 6 de enero de 2021 y terminando con el atentado a Trump, hay que preguntarse: ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Y qué viene después?
La respuesta corta a la primera pregunta es que hemos estado en este camino durante mucho tiempo, y para aquellos que estudian el extremismo político, esta violencia política era predecible. De hecho, si recuerdan el ataque con un martillo a Paul Pelosi, esposo de la presidenta de la Cámara, el más reciente suceso puede entenderse como una escalada adicional y una continuación de este viaje hacia los límites de la democracia.
Lo que viene a continuación es más difícil de discernir, pero hay algunas cosas que podríamos decir que son más probables que otras. Así que aquí vamos.
Afortunadamente hay un innegable consenso de que la violencia política no es aceptable. Pero no es un sentimiento universal. Estudios realizados por expertos de la Universidad de California en Davis han encontrado que casi un tercio de los encuestados sobre temas de violencia política expresan que créen que la violencia está “usualmente o siempre” justificada para promover al menos un objetivo político.
Durante más de una década, esos objetivos políticos han sido en gran medida de parte de partidarios de la derecha aunque ha habido momentos en la historia en que la violencia era más probable que proviniera de fuentes de izquierda, como en la década de 1960.
Un estudio publicado en el 2022, descubrió lo que muchos podríamos haber asumido o adivinado: que quienes pensaban que la violencia tenía usos aceptables eran predominantemente republicanos promotores del movimiento MAGA, nacionalistas cristianos, teóricos de la conspiración del tipo QAnon y supremacistas blancos históricamente violentos.
En el 2023, dicho estudio amplió las categorías por las que preguntó y descubrió que aquellos con un odio más generalizado y menos organizado también estaban más a favor de la violencia: racistas, sexistas, xenófobos y la letanía habitual de los que están en contra de todo lo LGBTQ+. La conclusión sencilla del estudio parece ser que siempre habrá no solo un cierto porcentaje de personas que viven inundadas de odio, sino un cierto porcentaje que cree que la violencia es una forma justa de promover ese odio.
Pero definitivamente esos elementos no tienen que ganar esta batalla. Hay un camino a seguir en el que los extremistas no nos llevan al límite de la democracia y nos fuerzan por el precipicio con ellos, que es lo que podría suceder de otro modo.
En la medida que un tercio de las personas están de acuerdo con la violencia, la buena noticia es que queda una mayoría sólida que no lo está.
Estamos viendo llamados a bajar el tono de la retórica de Trump y Biden. Pero también estamos viendo más de lo mismo. El lunes, el propio Trump publicó esto vía Truth Social, después de enumerar una letanía de quejas por sus problemas legales:
“El Departamento de Justicia demócrata coordinó TODOS estos ataques políticos, que son una conspiración de interferencia electoral contra el oponente político de Joe Biden, YO. Unámonos para PONER FIN a toda militarización de nuestro sistema de justicia y hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande”.
Así que puede haber un brochazo de civismo, pero esto queda tapado rápidamente con el próximo brochzo de extremismo. Personalmente, los llamamientos a la unidad me parecen más prácticos y por mera conveniencia que genuinos.
Eso nos deja al resto de nosotros discernir y ser cuidadosos. El desafío para todos nosotros como individuos es reconocer que no somos espectadores de un choque de trenes aquí. En cierto sentido, somos todos pasajeros de ese tren y cada uno de nosotros tiene que estar dispuesto a actuar para prevenir el choque: la violencia política.
Si hay unidad, es en torno a ese simple bloque de construcción de la democracia: usar el voto, no las armas. Nos corresponde a todos nosotros ser claros y fuertes en ese rechazo a la violencia, por lo que hay que reiterar que nunca hay una circunstancia en la que la violencia sea una opción política aceptable.
Estados Unidos se encuentra en una encrucijada: estas elecciones determinarán el curso de la vida estadounidense para las generaciones venideras.
Nada ha cambiado en la plataforma republicana. Todavía pide que 10 millones de personas sean deportadas, una posición respaldada por años de Trump llamando “animales” a los inmigrantes. Los republicanos todavía tienen intenciones de cerrar el Departamento de Educación, dejando que los estados decidan qué enseñan o no.
Los republicanos siguen estando en contra del aborto. Aunque la plataforma está atenuada, los efectos de esas creencias se pueden ver en los desiertos de atención médica para las mujeres que ahora existen en grandes franjas de todo el país. Dejando a un lado el tema del aborto, eso deja a las mujeres en situaciones terribles y a veces mortales cuando los embarazos salen mal.
Los republicanos siguen pidiendo despidos masivos de trabajadores del gobierno, prometiendo reemplazarlos con leales políticos. Todavía existe una amenaza existencial para la democracia que no podemos tener miedo de abordar.
A pesar de lo abominable que fue este tiroteo, puede que no sea el último acto de violencia política que veamos este año. Y la violencia no puede ser la razón por la que aquellos que luchan por preservar los derechos civiles, las redes de seguridad social y la libertad de elección se vean intimidados hasta quedar en silencio.