Ernesto llegó a nuestra zona pero ya,_ desde antes que la tormenta se asomara por el Mar Caribe, decenas de miles de familias y comercios se habían quedado sin luz en Puerto Rico. Fui uno que esos. A eso de las tres de la tarde del lunes, mi hijo Rafael y yo nos miramos con gestos de frustración cuando se apagó el hogar. No hubo palabra que decir. Estaba todo dicho. No hay esperanza.
Que se vaya la luz durante el paso de la tormenta pudiera ser obvio, pero 40 horas antes de la emergencia, no hace otra cosa que no sea tirar al piso el estado anímico del boricua que ya de por si, vive en esas horas previas, el síndrome post traumático que nos dejó María hace siete años.
Lo peor de todo es que nuestro serio problema en el sistema eléctrico, que empeora cada vez más la economía, lo hemos normalizado. Es parte de los memes diarios y de los chistes en el cafetín como si el tema fuera causa perdida.
Hace 30 años, los boricuas mirábamos con superioridad y pena a nuestra hermana República Dominicana por sus apagones diarios o semanales. Hablábamos de esos pobres que viven en la república tercermundista, mientras acá, creyéndonos la novela del primer mundo, alardeábamos de un creciente desarrollo económico que resultó ser una bomba de jabón que explotaría tarde o temprano. Y ocurrió. Ahora, en el 2024, somos en borinquen el Santo Domingo de los ‘80. Mientras allá viven un sostenido crecimiento económico que ha llamado la atención del resto de latinoamérica, acá llevamos 20 años aturdidos buscando soluciones a problemas profundos acumulados que ni la metrópoli desde donde nos gobiernan de verdad, está interesada en resolver.
La desesperanza es enorme. Y en cuanto al sistema eléctrico, corazón de nuestra economía, los privatizadores no parecen encontrar tampoco la brújula.
En cada familia se refleja esa realidad.
En casa nos estamos preparando para llevar a Rafael Antonio a la universidad. Decidió aceptar una oferta en Estados Unidos.
Los 17 años han pasado rápido y ahora nos toca -a Priscilla y a mi- abrirle la puerta a una nueva etapa de vida, más independiente.
En medio del torbellino de emociones, surgió una conversación, pertinente a este escrito, que pudiera traducirse en una realidad para esa generación con consecuencias terribles para nuestro futuro como país. Rafa le preguntó a quien será su “roommate”, un boricua nacido allá, si se iba mucho la luz en esa ciudad. El muchacho le contestó que solo recuerda en su vida un corto apagón. Ya me puedo imaginar los pensamientos de Rafa y de toda su generación que, en medio del proceso decisional sobre su futuro, tienen en su “top ten list” el tema de la inestabilidad en nuestro sistema eléctrico. Eso no era parte de la discusión de mi generación. Así estamos. Ante una generación que desde ya no ve como opción regresar a hacer su vida profesional aquí por que el “struggle” es enorme.
El que no lo quiera vez, que no lo vea. Se nos sigue yendo la vida como pueblo. Somos el Santo Domigo de los ‘80. ¿Cuándo volveremos al carril correcto?