En una conferencia de prensa reciente, mis hermanos/as evangélicos conservadores expresaron su posición sobre el proceso electoral en Puerto Rico. Aunque afirmaron no respaldar oficialmente a ningún partido político, hicieron un llamado a sus feligreses —que estiman en una cifra que oscila entre 700,000 y 1 millón de personas— para que se registren y voten en las próximas elecciones. Mencionan también que hay una serie de “movimientos”, descritos como “entidades de valores”, que trabajan para identificar candidatos con “valores cristianos” para que los evangélicos conservadores sepan quienes son y voten por ellos.
Este mensaje, aparentemente neutral, está dirigido a movilizar a los evangélicos conservadores favoreciendo al único partido que se identifica abiertamente como conservador: Proyecto Dignidad (PD). Es comprensible que un grupo de “evangélicos conservadores” pida que se vote por un partido conservador. Y el PD es el único partido que abiertamente dice que es conservador. En su Declaración de Principios (XI) establece que su visión está fundamentada en “valores cristianos”. Hubiera sido más transparente haberlo dicho así, que tratar de ocultar este respaldo bajo la ambigua invitación a votar por personas con “valores cristianos”.
Un elemento central de la presentación fue el repetido uso de la expresión “valores cristianos”. El término fue mencionado más de veinte veces en media hora. Sin embargo, nunca se hizo un esfuerzo por definir concretamente qué se entiende por “valores cristianos”. Parecía que tanto los líderes de la conferencia como los periodistas presentes, asumían que estos valores eran comprendidos por todos.
Este tipo de omisión no es accidental. Nace de que se asume, sin problematizar, que su interpretación de los valores cristianos es la única válida, y que cualquier otra perspectiva es errónea o menos auténtica. ¿Acaso los valores que este grupo defiende son los únicos que pueden considerarse cristianos? Y si es así, ¿quién les otorgó la autoridad de ser los únicos intérpretes legítimos de dichos valores? Al asumir posiciones como estas, excluyen la posibilidad de que otros enfoques o perspectivas también puedan estar alineados con los valores del Evangelio. Implica también que quien no asuma los valores cristianos que ellos exhiben, no es auténticamente cristiano, y por lo tanto, no es digno de recibir el voto en las próximas elecciones. ¿Con qué autoridad puede reclamarse algo así?
Este tipo de conservadurismo evangélico, muchas veces asociado o influido por el fundamentalismo de movimientos como la Nueva Reforma Apostólica y las teologías del dominio y de la prosperidad, tiende a imponer una visión homogénea de la vida y la religión. En su cosmovisión, no hay espacio para la diferencia ni para otras maneras de entender el mundo. Esta postura rígida, que busca controlar y moldear la vida de todos conforme a una interpretación única y homogénea de la fe cristiana, contrasta profundamente con los valores fundamentales del Evangelio, como la compasión, la justicia, la misericordia y el respeto por el espacio privado de cada cual.
El cristianismo no se trata de imponer una visión homogénea del mundo. Si alguien fue verdaderamente diferente, fue Jesús. Y es precisamente esa diferencia lo que lo convierte en un modelo para aquellos que buscan seguir su camino. En este sentido, es irónico pensar que, bajo los parámetros actuales de los hermanos/as evangélicos conservadores, tal vez ni siquiera Jesús sería un candidato aceptable para recibir su voto, ya que su vida y enseñanza desafiaban constantemente las nociones establecidas de lo que significaba vivir según los valores dominantes de la época.
Jesús nos dejó una enseñanza que supera cualquier otra: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Esta es la piedra angular de la fe cristiana, y a partir de ella surgen preguntas fundamentales. ¿Quién es mi prójimo? ¿Son los hermanos heterosexuales los únicos que están libres de pecado, mientras que los hermanos y hermanas LGBTQ+ están condenados? Si no es así, ¿por qué se les juzga con tanta severidad? ¿Quién tiene el derecho de hacerlo?
Este juicio también se extiende a la vigilancia sobre el cuerpo de las mujeres. En la narrativa evangélica conservadora el cuerpo femenino es objeto de un escrutinio constante, mientras que el cuerpo de los hombres no recibe la misma atención. ¿Es esto una coincidencia, o refleja un deseo más profundo de control? Además, surge la pregunta de si los evangélicos conservadores comprenden realmente lo que significa la “educación de género”, o si están utilizando este concepto como una cortina de humo para encubrir ansias de dominio sobre el cuerpo y la vida de los demás. ¿Hubiera entrado Jesús a cenar y a compartir celebratoriamente a casa de una persona gay? Si usted entiende y conoce la conducta de Jesús, la respuesta se cae de la mata.
Estamos ante una narrativa que pretende monopolizar el significado de lo que son los “valores cristianos” y definir quién puede considerarse auténticamente cristiano y quién no. Hay mucho que volver a pensar y a dialogar.