“¡Co-kee! ¡Co-co-kee! ¡Co-kee-kee!”
El coquí es símbolo de orgullo e identidad en la cultura puertorriqueña, pero la existencia de esta especie está amenazada por el cambio climático, la deforestación y la proliferación de un hongo que ataca su piel.
Para el investigador y profesor del Departamento de Biología de la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad de Puerto Rico (UPR) en Río Piedras, Rafael L. Joglar, el panorama luce “muy desalentador”. Pues, tres especies de coquíes endémicas han sido declaradas extintas, mientras que otras cuatro se encuentran en riesgo de desaparecer.
El biólogo explicó a Metro Puerto Rico que el estado poblacional de los coquíes boricuas es “crítico” y “motivo de preocupación”. Detalló que en los últimos años se han perdido las especies de coquíes palmeado (1976), de eneida (1990) y dorado (1981), y otras como el caoba, martillito, de la montaña y grillo confrontan serios problemas de supervivencia.
“(El estado actual de los coquíes es) muy desalentador. La realidad es que los coquíes están en un muy mal estado. (La crisis) no solo ocurre en Puerto Rico, sino también con todos los anfibios del mundo. En noviembre de 2023, un grupo de investigadores publicamos un estudio en la revista Nature, donde documentamos que los anfibios están más amenazados que ningún otro grupo de animales, plantas y seres vivos en la Tierra. La razón para eso: el cambio climático”, dijo Joglar, quien también es el fundador de Proyecto Coquí, una organización sin fines de lucro cuya misión es la conservación de la biodiversidad por medio de investigación científica, protección de hábitat y educación ambiental.
Puerto Rico tenía 17 especies de coquíes. Ahora quedan 14.
El docente señaló que en el Bosque Nacional El Yunque, en Río Grande, se han extinguido por completo dos especies de coquíes.
“Quisiera estar totalmente equivocado, pero, si las cosas siguen como van, nosotros podemos perder cuatro especies más (el coquí caoba, martillito, de la montaña y grillo). Puerto Rico está en un estado pésimo”, expuso el herpetólogo. “No podemos descartar la posibilidad de que las noches en Puerto Rico sean silenciosas”, reiteró.
Otro factor que genera preocupación en el educador son las altas temperaturas en la isla durante los últimos meses, con índices de calor por encima de los 100 grados Fahrenheit (ºF).
“El calor que está haciendo en Puerto Rico no es normal. Las olas de calor, sin duda alguna, impactan seriamente a los coquíes porque estos anfibios no tienen forma de enfriarse ni de protegerse contra el calor”, abundó el experto.
De hecho, septiembre de 2024 estableció un nuevo récord para el área de San Juan, convirtiéndose en el mes más caluroso en la historia climatológica desde 1898. Durante 29 de los 30 días, la temperatura máxima se registró por encima de los 90°F, según el Servicio Nacional de Meteorología (NWS).
De la misma forma, el científico precisó que el Batrachochytrium dendrobatidis (BD, por sus siglas en inglés), un hongo parásito que es responsable del declive poblacional de al menos 500 especies de anfibios, así como de la extinción de 90 especies en el mundo, ha sido identificado como una de las principales amenazas para los coquíes.
De acuerdo con la revista Science, el BD se inserta en la epidermis de los anfibios, provocando hiperqueratosis, que incrementa el grosor de la capa dérmica de las ranas. A consecuencia de esto, se interrumpe la osmorregulación de los anfibios, es decir, el intercambio de iones y produce un paro cardíaco en este animal, lo que finalmente lo lleva a la muerte.
El hongo ha sido encontrado en seis de siete continentes.
Un punto adicional que genera preocupación en el académico es la disminución de las poblaciones del coquí común. El hábitat del Eleutherodactylus coquí —introducido en Culebra, Vieques, Saint Thomas, Saint Croix, el sur de Florida, Luisiana, República Dominicana y Hawái— abarca todas las zonas ecológicas del archipiélago, desde el bosque enano hasta el bosque seco.
“Un hecho que nos tomó mucho por sorpresa es que las poblaciones de coquí común están teniendo un declive. Yo pensaría que podrían desaparecer algunas especies de coquíes, pero jamás que el (coquí) común tuviera problemas”, agregó.
Complicado reproducir coquíes en cautiverio
Por otro lado, con relación a la reproducción de coquíes en cautiverio, Joglar, autor del libro ¡Que Cante el Coquí!: Ensayos, Cartas y Otros Documentos Sobre la Conservación de la Biodiversidad en Puerto Rico, aseveró que es una “medida desesperada”.
“Siempre he estado en contra de la reproducción en cautiverio, pero en un momento dado me vi obligado a meterme en ella (por la gravedad de la situación). Pienso que la reproducción en cautiverio de coquíes es una medida desesperada, pero no tuvimos otra alternativa. Comenzamos a reproducir coquíes en la UPR y nos dimos cuenta que es dificilísimo. Estoy muy claro que, aunque el ejercicio tuvo éxito, las especies no pueden depender de eso realmente. Las especies no deben estar metidas en un zoológico, en una jaula, pecera o terrario. Lo que se hace en cautiverio no es tan importante como lo que debemos hacer en la naturaleza”, opinó.
Sobre el particular, Jan P. Zegarra, biólogo en el Programa de Especies en Peligro de Extinción bajo la Oficina de Servicios Ecológicos del Caribe del Servicio Federal de Pesca y Vida Silvestre de los Estados Unidos (USFWS, por sus siglas en inglés) indicó que, en la actualidad, la entidad no lleva a cabo reproducción en cautiverio para los coquíes.
“La reproducción en cautiverio suele ser la última opción como acción de recuperación de las especies, en parte por los costos y logística de establecer dichos esfuerzos, entre otras cosas. […] Para las especies bajo nuestra jurisdicción, por ahora solamente tenemos programa de reproducción en cautiverio para el sapo concho puertorriqueño, en colaboración con varios zoológicos en Estados Unidos y, en el futuro, en Puerto Rico”, apuntó el experto.
Igualmente, manifestó que para el coquí llanero se ha contemplado la reproducción en cautiverio como una de las alternativas para establecer nuevas poblaciones, pero todavía continúan explorando otras alternativas, como la translocación de individuos.
Se pierde una voz “dorada”
En el caso del coquí dorado, Joglar criticó que no fue enlistado bajo la Ley de Especies en Peligro de Extinción hasta después de su desaparición.
“En 1981, perdimos al coquí dorado. Nadie se dio cuenta, nadie dijo nada y a nadie le importó. Entonces, años después de que desaparece, viene el gobierno estatal y federal y lo declara como una especie en peligro de extinción, pero ya era tarde”, apuntó.
En ese sentido, Zegarra especificó que las acciones de recuperación a lo largo de los años para el coquí dorado se han centrado en proporcionar fondos para estudios y consultas federales dentro del rango del animal y el hábitat crítico designado.
“El proyecto más reciente financiado por el Servicio se completó en 2019, cuando se estudiaron áreas históricas y adicionales dentro del rango de distribución de la especie utilizando grabadoras de sonido para intentar detectar la especie. Se tomaron muestras de un total de 160 sitios sin detecciones ni observaciones del coquí dorado. En la revisión del estado de cinco años más reciente para esta especie, en 2022, el Servicio recomendó eliminarla de la lista debido a la extinción”, afirmó Zegarra.
El coquí dorado fue el único anfibio anuro en el Nuevo Mundo ovovivíparo, es decir, que no ponía huevos, sino que los retenía hasta que los embriones completaban su desarrollo y luego “paría” a sus hijos vivos.
Por otra parte, Zegarra subrayó que con relación al coquí guajón, el cual fue clasificado como especie amenazada en 1997 y designado hábitat crítico en 2007, el USFWS ha completado varias consultas para evitar y minimizar los posibles efectos de los proyectos propuestos sobre esta especie.
“La mayor parte de estas consultas han sido con acciones de la Agencia Federal para Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés) durante los proyectos de respuesta a emergencias y restauración después del huracán María y con la Autoridad de Acueductos (AAA). Algunas de las acciones de recuperación más recientes relacionadas con esta especie se implementaron inicialmente a través de acuerdos de cooperación con Proyecto Coquí durante 2012-2014 y con la Universidad de Florida durante 2021-2023. Estos proyectos completaron estudios rápidos de varias poblaciones y evaluaron su genética y amenazas”, desglosó.
Articuló que el Programa de Restauración del Hábitat aprobó recientemente un proyecto que identificaría a los propietarios privados dentro del rango de distribución de la especie para establecer prácticas de conservación.
“Por ejemplo, (se busca) reducir la erosión y restaurar el hábitat en beneficio de varias especies, incluido el coquí guajón. En la revisión del estado de cinco años más reciente para esta especie, en 2022, el Servicio recomendó no cambiar el estado de la lista de especies”, sostuvo.
Advierten consecuencias
Si los coquíes llegaran a extinguirse, las repercusiones en la salud pública y en la industria agrícola serían graves, ya que podría alterarse el equilibrio de los ecosistemas y afectar negativamente a las cosechas, advirtió Joglar.
Los coquíes son reconocidos como los depredadores nocturnos más significativos del país. Se estima que pueden consumir hasta 114,000 presas por noche en una hectárea de terreno.
El especialista comentó que los coquíes actúan como bioindicadores, pues su presencia y salud reflejan el estado del ecosistema y alertan sobre posibles cambios ambientales o la degradación de su hábitat.
“Desde el punto de vista ecológico, los coquíes son extremadamente fundamentales porque son los depredadores nocturnos más importantes en Puerto Rico y el Caribe. Ellos nos hacen un favor enorme al comer moscas, cucarachas y otros insectos, que son perjudiciales para la salud de los seres humanos”, recalcó.
Por ejemplo, estudios confirman que estos animales consumen una gran variedad de insectos (ortópteros, coleópteros, homópteros, hemípteros, dípteros, himenópteros, isópteros y lepidópteros) y de otros invertebrados (arañas, ácaros, isópodos y moluscos). Asimismo, se alimentan de mosquitos, los cuales son transmisores de dengue, zika, chikungunya, fiebre amarilla, malaria, entre otras.
Los coquíes pueden vivir entre dos y tres años en su hábitat natural, y hasta seis años en ambientes controlados.
Reacciona el DRNA
Por su parte, Ramón Luis Rivera, coordinador del Proyecto de Asistencia Técnica para la Conservación de Hábitats del Departamento de Recursos Naturales y Ambientales (DRNA), reconoció que se deben hacer cambios en el Reglamento 6766, que establece “que una especie está en peligro crítico cuando enfrenta un riesgo extremadamente alto de extinción en el futuro inmediato”.
“El actual reglamento, el cual alberga a las especies protegidas, lleva 20 años de vigencia y hace tiempo nos toca revisarlo. Se ha hablado de hacerle unas enmiendas para incluir algunas especies que necesitan atención y quizás otras llevarlas a otro renglón porque tal vez están más saludables. (La actualización) le daría la fuerza al DRNA para proteger mediante designación de hábitat crítico algún área que entendamos que es importante para las especies, como las otras zonas donde se han descubierto poblaciones de coquí llanero”, continuó.
Rivera comentó, además, que tanto las agencias federales como el DRNA han “desalentado un poco” los proyectos en cautiverio por los riesgos que existen de sacar una especie de su estado natural y su posterior reintroducción. Sin embargo, señaló que sigue bajo consideración.
Asimismo, confirmó que comenzarán un proyecto que emplea dispositivos de monitoreo acústico para estudiar el estado poblacional de los coquíes.
Los equipos permitirán entender las respuestas de las especies ante la degradación de los hábitats, lo que facilita a los expertos evaluar la cantidad de individuos, la diversidad, la salud de las poblaciones, y desarrollar medidas de manejo o conservación, además de generar una base de datos.
El funcionario subrayó que la organización ha apoyado una iniciativa que busca comprender cómo el cambio climático podría afectar al coquí llanero, una especie descubierta en 2004 en los humedales de Toa Baja y declarada en peligro crítico de extinción.
El llanero es la especie con la menor capacidad de reproducción entre los coquíes puertorriqueños, produciendo las camadas más pequeñas, con un promedio de solo tres huevos.
Entretanto, Rivera afirmó que algunas de las especies exóticas introducidas en Puerto Rico representan una amenaza para los coquíes, destacando al sapo de caña —también conocido como sapo neotropical gigante o sapo marino—, introducido en la década de 1920 para controlar el gusano blanco de la caña.
Clave la educación
Joglar recalcó que “proteger a los coquíes es protegernos a nosotros”, ya que si los coquíes se extinguen por completo, “nosotros vamos a desaparecer”.
El miembro fundador de la Red de Investigación y Análisis de Anfibios Neotropicales Amenazados (RANA) ratificó que el primer paso para contribuir en la protección de los coquíes es la educación y, el segundo es tomar acciones familiares e individuales para comenzar a reforestar a Puerto Rico.
Aseveró que una forma de ayudar a los coquíes es cultivando bromelias, plantas con estructura de roseta que acumulan agua en su centro, creando pequeños ecosistemas para animales e insectos.
Otro consejo es evitar el uso de luces nocturnas en los patios para favorecer un ambiente natural y reducir la contaminación lumínica, además de eliminar pesticidas que pueden ser letales para los coquíes.