A esta hora que me lees ya habré votado. Y, como siempre, lo habré hecho a plena conciencia. No conozco otra forma de afrontar tal responsabilidad. Sé que parece sencillo, pero votar es mucho más que hacer un par de marcas sobre papel. Con ellas damos vida a nuestras aspiraciones individuales y colectivas. Y esa tarea, si se quiere asumir a conciencia y en responsabilidad, debe realizarse desde el conocimiento y la reflexión.
No es cosa pequeña eso de prestar el voto. Sobre todo si queremos evitar botarlo al desperdicio. Toma muy pocos minutos (aunque en esta ocasión esa afirmación está por verse) pero su impacto nos persigue durante años. Por eso, pocas cosas me provocan la rabia que el voto desinformado y fanático. El fanatismo es aliado de la falta de conciencia. Lo vemos en todos los ámbitos. El fanatismo supone apasionamiento y tenacidad desmedida. Supone sectarismo, intolerancia e intransigencia. La creencia altanera de que yo y los míos siempre, pero siempre tenemos la razón y el otro, el que piensa distinto, siempre pero siempre se equivoca. Una postura no solo altanera sino irracional.
Yo apuesto a lo contrario. Al desapasionamiento. Al cuestionamiento incluso a quien piensa como pensamos. Al desapego, la búsqueda del equilibrio y la frialdad a la hora de evaluar a quienes se nos proponen como candidatos a puestos electivos. A la búsqueda de respuestas, incluso cuando estas no validen nuestras posturas personales. En ocasiones conviene ponerse en el lugar del otro y cuestionarnos a nosotros mismos incluso si el resultado nos hace reafirmarnos en nuestras posturas. Apuesto a la búsqueda de información como aliada a la hora de determinar quién se lleva nuestro voto. Afortunadamente en los tiempos que vivimos quién quiere buscar, encuentra. Es sencillo conseguir “online” las propuestas de quienes se nos proponen como alternativa para dirigir el país. Está en nosotros buscar y leer esas propuestas o conformarnos con lo que alguien nos cuenta de ellas, con el riesgo de que lo que se nos cuente sea una representación equivocada de lo propuesto. Esa información nos permite contrastar propuestas y combatir la propaganda de la que se nos inunda en la recta final del proceso electoral.
Pero también apuesto a la auto confrontación. A ponernos frente al espejo de los candidatos y sus propuestas y contestarnos si lo que proponen está alineado con nuestros valores y aspiraciones personales. Pero, además, si esas ideas están alineadas con el bien colectivo. Con los intereses de aquellos con los que compartirnos patria. Con nuestros planes de vida, nuestras intenciones individuales y colectivas. Lo que añoramos para el país y para nuestra descendencia.
Si somos honestos en las respuestas a estas preguntas, la respuesta a la búsqueda de los hombres y mujeres a los que prestaremos el voto será más sencilla de lo que pensamos. Votemos todos. Hagámoslo a conciencia.