Quedan 62 días para que el presidente electo Donald Trump preste juramento, y, luego de meses tumultuosos en los que la estridencia de la política ocupó gran parte de nuestras vidas, estamos haciendo un esfuerzo por regresar a la normalidad. Lo normal, por supuesto, es subjetivo. Como sabe cualquiera que se esté preparando para asistir a un almuerzo o cena de Acción de Gracias, hoy día ni tan siquiera entre familiares pueden ponerse de acuerdo sobre lo que es eso que entendemos como la normalidad.
Cuando se trata de las selecciones del gabinete de Trump, la mayoría de ellas hasta ahora son cualquier cosa menos ordinarias. Como comentaba en la columna de la semana pasada, normalmente se da espacio para que el funcionario electo seleccione su equipo, pero en este caso en particular, las designaciones hechas hasta el momento por el presidente electo, más allá de quedar fuera de aquello que puede considerarse normal, lo que dan a entender es que sus esfuerzos van dirigidos a vengarse de aquellos a quienes considera sus enemigos y a destruir lo que ha llamado el ‘deep state’.
Esas selecciones, que son cualquier cosa menos rutinarias, alteran otra normalidad: el proceso de confirmación. Tradicionalmente, el Senado celebraría audiencias para examinar las nominaciones, y puede que lo haga para nombramientos no controvertidos, como el gobernador de Dakota del Norte, Doug Burgum, para dirigir el Departamento del Interior. Sin embargo, en este espacio analizaremos más a fondo a tres de esos candidatos al gabinete que tienen, por decirlo así, un bagaje sexual que los agobia. Y lo que no es normal es que este ni siquiera sea su mayor problema. Echemos un vistazo más de cerca a lo bajo que se ha hundido el listón de lo anormal.
El primero de estos personajes es Pete Hegseth. El veterano y expresentador de Fox ha sido elegido como el candidato a secretario de Defensa. Su escándalo, según el Washington Post, es que una mujer lo acusó de violación en 2017 y él le pagó para que firmara un acuerdo de confidencialidad. Hegseth ha negado haber actuado mal y, a través de su abogado, calificó el encuentro como consensual. Si bien esta historia es preocupante, no es menos sorprendente porque otros en la órbita de Trump, incluido Trump, han enfrentado o enfrentan acusaciones de conducta sexual inapropiada.
Lo más inquietante de Hegseth, en mi opinión, es uno de sus muchos tatuajes: “Deus vult” tatuado en un bíceps. Para aquellos de ustedes que no son fanáticos de la Primera Cruzada, aparentemente fue una frase que gritaron los soldados cristianos, que significa “Dios lo quiere”. En un milenio más reciente, la frase ha sido adoptada por los nacionalistas cristianos y los supremacistas blancos. El tatuaje es lo suficientemente preocupante como para que, cuando la unidad de la Guardia Nacional de Hegseth fue desplegada en la toma de posesión de Joe Biden, un oficial antiterrorista lo señaló como “perturbador” y envió un memorándum a sus superiores, obtenido por Prensa Asociada.
Para estar claros, la preocupación es por el nacionalismo cristiano, no por el cristianismo, y plantea una serie de preguntas: ¿Debería el jefe de las fuerzas armadas de los Estados Unidos creer que Dios quiere que seamos una nación gobernada por el cristianismo? Y si es así, ¿cómo afectaría ese nacionalismo cristiano el reciente anuncio de Trump de usar a las Fuerzas Armadas para ayudar a las deportaciones masivas?
Mientras tanto, a nadie le preocupa que el candidato a la Secretaría de Justicia, Matt Gaetz, esté poniendo su cristianismo ante todo. Gaetz, como probablemente saben, se ha enfrentado a años de investigación sobre si tuvo relaciones sexuales con una menor, en fiestas, habiendo provisto drogas a la víctima. La Cámara de Representantes llevó a cabo una investigación ética en torno a esa pregunta y estaba lista para publicar su informe cuando Trump le dio el visto bueno a Gaetz, y este renunció rápidamente a su escaño como congresista de Florida, lo que potencialmente evitó que el informe saliera a la luz pública.
Así que, en realidad, no hay nada anormal en Gaetz en el mundo de Trump. Es solo otro tipo con acusaciones sexuales que él niega, siendo defendido por un grupo de hombres con acusaciones propias. Pero si se confirma, será el principal oficial a cargo de velar por el cumplimiento con el régimen de ley y orden en la nación. Entonces, ¿tal vez podríamos preguntarle directamente, bajo juramento, sobre esas acusaciones? ¿Tal vez podríamos escuchar a la joven que testificó para el Comité de Ética, o al menos ver su testimonio? ¿O el testimonio de los otros testigos, uno de los cuales afirma haberlo visto teniendo relaciones sexuales con la menor?
Lo que nos lleva a RFK Jr. Ni siquiera tengo la energía para volver a repasar todas las acusaciones que enfrenta Robert F. Kennedy Jr. Es algo impactante (pero no inesperado en este punto) que su escándalo de sexting con la exescritora de la revista New York Magazine Olivia Nuzzi, que salió a la luz en septiembre, se haya desvanecido por completo de nuestra conciencia apenas dos meses después. Pero, como elegido por Trump para encabezar nuestro Departamento de Salud y Servicios Humanos, las aventuras sexuales de los escogidos son la menor de nuestras preocupaciones.
Me encantaría escucharlo responder preguntas sobre si protegerá la aprobación de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés) de los medicamentos abortivos. ¿Intentará reducir los mandatos de vacunación para la población estudiantil? ¿Despedirá a nuestros científicos federales y, de ser así, a quién recurriría en busca de experiencia?
Muchas preguntas, pocas respuestas, y, potencialmente, muchas menos si el Senado republicano recesa o decide no llevar los nombramientos controversiales a vistas de confirmación para evitar que todo esto y más se ventile públicamente. Pintan como cuatro años la mar de interesantes. En este espacio, seguiremos analizando.