Hace más de un siglo, el sapo concho puertorriqueño (PRCT, por sus siglas en inglés) habitaba en al menos una docena de lugares en el archipiélago. Sin embargo, la pérdida de población, impulsada por la introducción de especies invasoras y la alteración del hábitat debido a prácticas agrícolas, comerciales y residenciales, han limitado su presencia natural al Bosque Estatal de Guánica (BEG), también conocido como Bosque Seco.
Según Jan P. Zegarra, biólogo del Programa de Especies en Peligro de Extinción de la Oficina de Servicios Ecológicos del Caribe del Servicio Federal de Pesca y Vida Silvestre de los Estados Unidos (USFWS, en inglés), el cambio climático es otro factor que impacta negativamente la población del anfibio.
Zegarra mencionó que se ha documentado intrusión salina “fuera de lo normal” en algunas zonas de procreación, lo que causa un ambiente poco favorable para el desarrollo de los renacuajos.
“Con el pasar del tiempo, huracanes y terremotos, el área natural de reproducción en Tamarindo, en el Bosque Seco, se ha visto afectada por intrusión salina fuera de lo normal. En los últimos eventos reproductivos naturales del sapo en Tamarindo, la salinidad del agua ha sido muy alta para que los renacuajos completen su metamorfosis exitosamente y, por ende, afecta la población del sapo concho en esa área. Si no hay reproducción exitosa, la población no crece; una amenaza significativa. El área de Punta Ventana, en Guayanilla, también se ha visto afectada por esto y no se han podido documentar eventos reproductivos exitosos recientes en esa área tampoco”, detalló el experto a Metro Puerto Rico.
De la misma forma, precisó que existe “mucha preocupación” por el estado poblacional del único sapo endémico de Puerto Rico en el Bosque Seco, el cual se ubica en la costa sudoeste de la isla.
“Hay mucha preocupación con el estado de la población en el Bosque Seco, particularmente por la situación de la charca natural principal de reproducción en Tamarindo. El estado de las demás poblaciones introducidas se considera relativamente estable, ya que continuarán recibiendo reclutamiento de individuos a través del programa de reproducción en cautiverio”, abundó.
La charca en Tamarindo puede ser impactada por marejadas, especialmente durante la temporada ciclónica, de junio a noviembre. No se sabe con exactitud, pero la población del sapo en este sector se estima en al menos 300 individuos, aunque en el pasado la zona sustentó a más de 2,000 especímenes.
“El área de Tamarindo, al estar en la costa, siempre está expuesta al salitre. Durante marejadas fuertes, el agua salada puede llegar a la charca de reproducción y la afecta aún más. Hace un tiempo, se había identificado esta problemática porque se registraban eventos de reproducción, pero los renacuajos no se desarrollaban”, afirmó.
Zegarra indicó que, para ayudar con la situación, se construyeron dos charcas artificiales en elevaciones superiores, con el fin de proveerles, a los sapos, áreas adicionales aptas para la reproducción.
“Ya hemos visto que los sapos están usando las charcas nuevas y continuamos evaluando cómo se pueden seguir mejorando y donde se pueden construir charcas adicionales”, subrayó.
En 2022, Rita I. Cáceres Charneco, catedrática auxiliar en la Universidad de Puerto Rico (UPR) en Cayey, publicó una investigación titulada “Salinización de lagunas costeras: un desafío para la conservación del sapo concho puertorriqueño”, donde se documentó que “muy pocos” renacuajos pueden sobrevivir a concentraciones de sal de 10 partes por mil (ppt, en inglés).
Cáceres Charneco reveló, a este rotativo, que realizó un experimento con el fin de analizar las respuestas de los renacuajos a niveles de 2, 4, 6, 8 y 10 ppt para evaluar su capacidad de supervivencia y desarrollo.
“Cuando expuse a los renacuajos a esas concentraciones, de los diez que estuvieron sometidos a 10 ppt, solo sobrevivieron tres. Los otros siete murieron en los primeros dos días, lo que indica que una salinidad de 10 ppt es peligrosa para el sapo, ya que provoca una alta mortalidad en las primeras 48 horas. De los tres que sobrevivieron, solo uno logró completar la metamorfosis, pero tardó aproximadamente tres meses. Los otros dos lograron sobrevivir bastante, pero nunca hicieron metamorfosis ni crecieron en tamaño. Si esto hubiera ocurrido en un ambiente natural, la charca se habría secado antes de que ese renacuajo pudiera completar su proceso”, explicó la profesora universitaria.
Al mismo tiempo, la educadora encontró que, al disminuir la cantidad de agua en las charcas, incrementa la temperatura, lo que obliga a los renacuajos a acelerar su proceso de metamorfosis.
La revista científica Science describe la metamorfosis en los sapos como “el proceso mediante el cual estos animales transforman su cuerpo, pasando de ser renacuajos acuáticos con branquias y cola, a convertirse en anfibios adultos terrestres con pulmones y extremidades desarrolladas”.
Durante el análisis, se encontró que mientras más rápido bajaba el nivel del agua y “más caliente se ponía, el renacuajo aceleraba el proceso de metamorfosis. Sin embargo, el resultado era un sapo pequeño y con un peso inferior”, especificó la investigadora. “Lo que está ocurriendo es que los eventos de lluvia en Guánica son cada vez más esporádicos, lo que provoca que se acumule poca agua en las charcas. Al haber menos agua dulce, la concentración de sal aumenta considerablemente y, si esto coincide con eventos de reproducción, es posible que no sean exitosos”, agregó.
Asimismo, dijo que los sapos adultos “no necesariamente” se ven afectados por la salinidad, ya que su piel está más adaptada a condiciones extremas.
“Ellos (los sapos adultos) no están directamente en el agua; simplemente bajan a la charca por un solo día para reproducirse, por lo que su exposición a la sal es bastante limitada. En cambio, los renacuajos deben permanecer en la charca al menos 21 días, lo que los hace más vulnerables a la salinidad”, detalló.
Por su parte, Diane Barber, fundadora y presidenta del Conservatorio del Sapo Concho Puertorriqueño (PRCTC, en inglés) en Fort Worth Zoo, en Texas, confirmó que durante los últimos 12 años, la mayor aparición de sapos durante un evento de reproducción en Tamarindo fue de 300 en 2016. Desde entonces, el número más alto fue 164 en 2020, y no se ha documentado ninguna reproducción exitosa en los últimos tres años en el BEG.
“Esta población silvestre está en peligro inmediato de extinción si no se crean nuevos estanques para mitigar la pérdida del estanque de Tamarindo”, reiteró la científica.
Barber señaló, además, que las especies exóticas introducidas, como la rana toro y el sapo marino, representan una amenaza directa para el sapo concho, debido a que compiten por espacio y alimento.
“El sapo marino fue introducido a Puerto Rico en la década de 1920 para comer larvas de escarabajos que plagaban los cultivos de caña de azúcar. Desafortunadamente, no estuvieron interesados en el escarabajo y se establecieron bien en toda la isla, consumiendo cualquier especie nativa de animales que pueda caber en su boca. Se reproducen en los estanques del PRCT y los supera en competencia por comida y espacios para esconderse”, especificó.
“Según se reproducía, se desaparecía”
De acuerdo con Ramón L. Rivera Lebrón, biólogo y asesor técnico de la División de Ecología Terrestre del Departamento de Recursos Naturales y Ambientales (DRNA), el sapo concho también ha sufrido el impacto del cierre de vaquerías, especialmente en la región norte, donde estos animales utilizaban los bebederos de ganado como refugios y fuentes de agua para su supervivencia y reproducción.
“En el área norte, las zonas donde se había registrado la presencia del sapo estaban limitadas a lugares con charcas, que usualmente eran bebederos de ganado. Los sapos se refugiaron en esas áreas húmedas donde había acumulación de agua, pero luego esas vaquerías cerraron y los bebederos fueron eliminándose para dar paso a solares de residencia”, apuntó.
Rivera Lebrón añadió que, desde hace varias décadas, la especie natural –en la zona norte– no se ha visto, a pesar de varias visitas de seguimiento por el DRNA, además de monitoreo por colocación de grabadoras.
Igualmente, el funcionario comunicó que el sapo concho suele confundirse con el sapo común, lo que dificulta su conservación debido a la falta de conocimiento público.
“Es un sapo pequeño, no sobrepasa de las 2 a 3.5 pulgadas, donde el macho y la hembra tienen una forma similar, aunque la coloración puede cambiar y la hembra viene siendo más grande. Usualmente, lo confundimos con el sapo común o el sapo de la caña (Rhinella marina), que es una especie ampliamente distribuida y en volumen triplica al sapo concho”, abundó.
El sapo concho puertorriqueño, cuyo nombre científico es Peltophryne lemur, fue catalogado por el USFWS como una especie amenazada, en 1987, y como una en peligro crítico por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN).
Este anuro se caracteriza por una cresta prominente en su cabeza, y habita en climas áridos y semiáridos, principalmente en formaciones de piedra caliza kárstica. En el país, las poblaciones de esta especie estuvieron históricamente divididas en dos grupos distintos, ubicados en las regiones del norte y sur, los cuales, según el PRCTC, han permanecido aislados entre sí durante aproximadamente un millón de años.
Eventos climáticos acaban con el hábitat del sapo concho
Para Dustin Smith, presidente del Grupo Asesor Taxonómico de Anfibios (TAG, en inglés) de la Asociación de Zoológicos y Acuarios (AZA), las poblaciones silvestres de estos anfibios están en un estado de “declive”.
Smith desglosó que el huracán María, en 2017, destruyó el dosel de muchos de los bosques, los cuales eran utilizados por el sapo como refugio. Del mismo modo, recalcó que los terremotos ocurridos en la zona sur alteraron el microhábitat del animal en el Bosque Seco, agravando aún más su situación.
“Los terremotos de 2020, en Guánica, han impactado significativamente a la población natural restante. Los únicos sitios naturales restantes, que alguna vez sustentaron más de 2,000 sapos, están siendo afectados por eventos climáticos más severos. Además, las paredes de piedra caliza, que en un momento dado brindaron refugio a los sapos, se derrumbaron, al igual que la formación rocosa de Punta Ventana. Con eso, no creo que nadie pueda proporcionar buenas estimaciones de población, considerando las disminuciones que hemos observado solo en los últimos cinco a siete años. Si las tendencias actuales continúan, no se ve bien para las poblaciones naturales en Guánica”, opinó el estadounidense, quien labora como Curador de Reptiles, Anfibios, Peces e Invertebrados en North Carolina Zoo.
Sobre el particular, Zegarra comentó que, tras los sismos, el área pudo quedar “un poco” bajo el nivel del mar.
“Uno de los efectos fue si el terreno quedó a un nivel más bajo que antes. Además, se especula que la capa subterránea bajo la charca natural se pudo ver afectada, lo que ahora puede estar facilitando un mayor intercambio de agua salada y dulce, impactando las áreas donde los sapos suelen reproducirse. Una de las áreas más afectadas lo fue Punta Ventana, otro de los lugares clave para la reproducción de los sapos. Tras los terremotos, estas áreas se han salinizado más de lo habitual, lo que las hace menos aptas”, expuso.
Difícil saber cuántos sapos criados en cautiverio y liberados en la naturaleza logran alcanzar la etapa adulta
En 1981, se inició el envío de sapos concho a Estados Unidos, y, al año siguiente, la especie fue incluida en el Programa de Supervivencia de la AZA. Hasta la fecha, se han liberado más de 800,000 crías del sapo; a pesar de ello, se desconoce el porcentaje que ha logrado sobrevivir tras su reintroducción en la naturaleza.
Acorde con Smith, para muchas especies de anfibios, el porcentaje de individuos que logran completar su transformación y alcanzar la edad adulta es bajo, situándose en menos del 5 por ciento.
“Lamentablemente, nadie sabe (qué porcentaje de sapos reintroducidos sobrevive en la naturaleza). Sabemos que los métodos son exitosos, ya que hay múltiples sitios con poblaciones de reproducción que se derivan únicamente de sapos criados en zoológicos. Para muchas especies de anfibios, menos del 5 por ciento que se transforman llegará a la edad adulta. Por eso, estas especies producen miles y miles de crías durante cada intento de reproducción, ya que muchas serán consumidas por todos los depredadores nativos. Nuestro objetivo es reintroducir la mayor cantidad posible cada año para aumentar el número total de sapos en estos sitios y darles una oportunidad de supervivencia”, apuntó.
Smith confirmó que, por el momento, no se realiza un seguimiento de todos los animales liberados, pero aclaró que, en ciertos casos, se seleccionan individuos para monitorear su comportamiento y desplazamiento durante un período de varias semanas.
“No rastreamos a todos los sapos, sin embargo, nuestros socios monitorean los sitios para determinar cuándo comienzan a emerger los sapos (crías de sapo que acaban de pasar por una metamorfosis de renacuajo a sapo) y documentan cuánto tiempo les toma emerger. Ocasionalmente, rastreamos a los sapos temporalmente, usando un polvo fluorescente que nos permite rastrear su movimiento con una luz negra. Ha habido una gran cantidad de sapos subadultos y adultos que han sido liberados con transmisores adheridos a ellos. Esto generalmente se hace usando un tubo de vinilo, por lo que no daña su piel, y solo se los rastrea durante dos a tres semanas a la vez, ya que el transmisor es tan pequeño que la batería no dura mucho”, precisó.
Barber, por otra parte, confesó que dar seguimiento a esta especie es “difícil” y requiere una “gran cantidad” de recursos económicos y personal.
“La mayoría de nuestros socios en Puerto Rico no cuentan con fondos ni con personal dedicado para monitorear exhaustivamente el PRCT en ninguna de las áreas. Este es un problema común en todos los programas de reintroducción. En el pasado, hemos contratado estudiantes para realizar un monitoreo e investigación específicos, pero dependemos principalmente de socios que administran los sitios para cualquier seguimiento de la liberación”, aceptó.
En 1964, se encontró un espécimen del PRCT en Virgen Gorda —Islas Vírgenes Británicas—, pero desde entonces, no se han documentado avistamientos, lo que sugiere su extinción en esa área, siendo Puerto Rico el único lugar donde aún se encuentra esta especie.