Saturday, November 23, 2024
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Trump tuvo suerte; otros tal vez no

La estampa parecía sacada de una película, de esas con guión predecible “made in Hollywood”. Un hombre lograba acceso cercano al evento de campaña de un candidato presidencial y así, portando un arma de asalto de esas que se consiguen sin mayores restricciones, se mantuvo agachado a 150 metros del lugar donde ese candidato era resguardado por agentes de seguridad y el servicio secreto.

El hombre logra burlar la vigilancia y dispara. Un espectador muerto, dos personas heridas y un expresidente herido con el rostro ensangrentado cae al suelo poco antes de ser escoltado fuera de la tarima.

Sería un mal guión si no fuera exactamente un pedazo de la realidad de los Estados Unidos. El expresidente Trump está vivo para contarlo, el pistolero, abatido, y se ha anunciado una investigación sobre cómo operó el aparato de seguridad del estado. Trump ha sobrevivido, tal y como lo hizo en 1981 el presidente Ronald Reagan luego de haber sido alcanzado por disparos de otro pistolero en un evento apenas dos meses después de jurar en su cargo.

El asunto hoy, como entonces, ha traído como debate de fondo la discusión sobre el libre acceso a las armas en ese país y, por rebote, también en la isla es el camino correcto para conciliar los intereses de quienes quieren portar armas de fuego y quienes quieren frenar su prevalencia en las calles.  Trump, a fin de cuentas, ha terminado ubicado en el centro de una de esas escenas que los grupos anti-armamento irrestricto han advertido durante años y que el propio candidato ha incentivado: el acceso casi absoluto a las armas de fuego.

Ese que permite adquirir un arma en una tienda por departamentos sin mayores requisitos que la mayoría de edad y un puñado de documentos. Ese mismo que precisamente en Milwaukee, sede la convención del Partido Republicano de este año, no permite a los presentes dentro del “security footprint” llevar bolas de tenis o botellas de agua de metal, pero sí armas de fuego.

El mismo que ha normalizado la compra de armas de asalto –de esas diseñadas para las necesidades del campo de batalla- en una tienda, a pasos de las chuletas y los detergentes. Trump ha defendido ese acceso irrestricto y ha condenado el establecimiento de controles que o terminarían por prohibir la venta de armas en Estados Unidos pero sí añadir a la transacción algunos requisitos.

El culto por el acceso casi irrestricto a las armas parece hacer mucho sentido dentro de un sector de los Estados Unidos. Pero  ese armamentismo desmedido no parece hacer ningún sentido en otras latitudes. Mucho menos dentro del llamado “primer mundo”.  Y lo hace mucho menos cuando se le justifica como una especie de licencia para garantizar la propia seguridad; para combatir el crimen. Los números están ahí. Solo mire las cifras de la violencia armada en Estados Unidos y luego compare esas cifras con las de países con niveles muchísimo más bajos de delincuencia armada que no cuentan con políticas de acceso a armas tan flexibles.

Acá en la isla, las más recientes legislaciones impulsadas sobre el discurso de que el acceso armas ayudaría a los ciudadanos a combatir el crimen, también ha causado problemas. Afortunadamente no del tipo de los pistoleros protagonistas de masacres en masa, pero sí del tipo de asesinatos y feminicidios en los que el arma homicida es comúnmente un arma legal para la que se tiene permiso. Porque en la actualidad no hace falta pasar un examen de conducta o ser objeto de una investigación sobre carácter en la que se entreviste a vecinos y allegados. Quizá por eso es común ver casos de feminicidios y asesinatos en los que el asesino, que portaba un arma con licencia, “no tenía récord” pero solo porque no le había llegado el momento de demostrar que no estaba apto para portar el arma que el estado le entregó.

Que lo ocurrido aquí y allá sirva para reflexionar sobre esa fiebre del pistolero. La oda a las AK y las punto 40. Que seguro que la lucha contra el crimen que repudiamos todos tiene otros aliados más sensatos que entregarle un arma a cualquiera. Trump tuvo suerte; está vivo para contarlo. Los familiares de otros muchos no pueden decir lo mismo.



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